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lunes, 2 de abril de 2012

Una historia que duele



 




No han sido, precisamente, pocos los pensadores que han intentado hallar en los relatos históricos, indicios que le permitiesen descubrir “el sentido último de la historia”. Algunos bajo el amparo de la concepción cristiana, supusieron que la historia de la humanidad se desarrollaba sobre un esquema de linealidad donde se podía apreciar un comienzo y un final; que, en semejanza con el esquema teológico, reproducía  un punto de partida (la creación) y uno culminante (la salvación).
De ese modo, poseyendo como Norte la idea del progreso imaginaron que la historia se desarrollaba linealmente en dirección a éste; reemplazando, en consecuencia, la ciega fe religiosa por la enceguecedora “fe en el Progreso”. Así se propició, entonces, que la historia tenía por finalidad revelarnos el camino hacia la redención terrenal del hombre.
Tal vez, el criterio más acertado en cuanto a interpretaciones de la historia se refiere -y esto es, evidentemente discutible- ha sido el de Burckhardt que redujo el sentido de la historia a una mera continuidad; sin progreso, ni principio, ni final.
Un párrafo aparte merece la concepción cíclica de la historia que profesaban los antiguos griegos y por la cual el devenir histórico estaba signado por el recurrente movimiento de apogeo-decadencia.
Lo concreto, es que resulta imposible -por no decir, irracional- intentar encontrar en el cuerpo mismo de la historia un sentido global y último.
Los acontecimientos históricos se desarrollan sin poder asignarle a éstos una relación de continuidad que nos permita concatenar sus pasos y avizorar, por medio de la razón, el futuro destino de los mismos. En todo caso, están más influenciados por el azar que por la planificación humana.
Sin embargo, esto no disminuye, en lo más mínimo, la importancia que tiene la historia en la vida de los pueblos y lo vital que resultan sus enseñanzas para comprender los porqué de un momento histórico determinado.
Una muestra de lo que estamos manifestando es precisamente la historia reciente de nuestro país. Concretamente, nos referimos a la denominada Guerra de Malvinas que tuvo lugar hace exactamente 30 años.
El desencadenante de la confrontación bélica no fue la resultante de una decisión política premeditada; sino que respondió a una “descabellada” determinación de una dictadura militar que, en su afán por sostenerse en el ejercicio del poder, optó por “la expedición armada” para recuperar las islas (que por legítimo derecho nos pertenecen) y manipular, de esa forma, los sentimientos de nacionalidad que siempre anidaron en el corazón de los argentinos.
La dictadura se desmoronaba y para evitar el derrumbe necesitaba revertir el clima de rechazo generalizado que se iba expandiendo sobre amplias franjas de la población civil que, despojándose de los miedos, había decidido salir a la calle y manifestar su descontento el 30 de marzo de 1982.
La caída del régimen dictatorial era inminente. El gobierno de facto, no tenía muchas opciones, ya en 1978 los primeros conatos de descontento social habían sido "sofocados" merced al Mundial de Fútbol que tuvo lugar en nuestro país. Pues entonces, requerían generar un hecho que despertara, en cierto modo, "la misma pasión" en los argentinos y que mejor que la recuperación de nuestras irrenunciables islas.    
No obstante, era previsible, al menos desde el terreno de la razón, suponer que quienes habían desatado una ola de torturas y desapariciones sobre gran parte de la ciudadanía argentina; quienes acallaban los reclamos populares al calor del miedo y el terror que infundían; quienes a todas luces impulsaban un programa económico conducente a convertirnos en una verdadera colonia; no tenían en la mira la defensa de los intereses nacionales.
De ahí que, para muchos, costo acompañar esa empresa en un primer momento (máxime, conociendo a quienes la habían motorizado); sin embargo, con el transcurso de los días y ya embarcados nuestros jóvenes soldados era imposible no sumarse a la causa malvinense.
Lo lamentable es que, a posteriori, los mismos procedimientos aplicados por los "hombres" del ejército en el territorio continental, comenzaron a ejecutarse en la geografía insular, pero esta vez ya no sobre ciudadanos indefensos; sino sobre aquellos soldados que habían marchado, bajo la insignia nacional, a defender a la patria.
Hoy, luego de tres décadas de ese acontecimiento histórico los sobrevivientes de entonces, comienzan a divulgar lo sucedido.
El dolor, el miedo, la inexperiencia, la inevitable perturbación que acarrea el ser partícipe de una guerra los condenó al silencio durante estos treinta años; pero paulatinamente -si bien algunos lo hicieron con anterioridad- son cada vez más las voces que se suman a contar los padecimientos sufridos en el frente de batalla. Estaqueados, sancionados a introducirse sin ropa en el agua helada a temperaturas que rondan los 20º bajo cero, condenados a no ser alimentados, torturados a punta de pistola, son algunos de los testimonios vertidos por los ex combatientes.
Uno de ellos contaba como eran estaqueados por su oficial a cargo: “Era como Túpac Amaru sin caballos. Ponen cuatro estacas en el suelo y te ponen con los brazos y las piernas  estirados a diez centímetros del suelo. Veinte grados bajo cero y vos con calzoncillos y una remera manga corta y te dejan horas. A mi compañero porque era “rebelde” le puso una granada en la boca que si llegaba a escupirla volábamos los dos. Y a mi por ser judío me hizo orinar por mis compañeros”.(1)
Otro de los ex soldados que fue crucificado por más de siete horas, por sospecha de haberse comido (aunque su relato lo desmiente) un trozo de carne comenta que: “El cabo me piso con el taco del borcego (estando estaqueado) la mano con la que decía que afane y con el pie la cabeza”. (2)
En principio, cualquiera podría suponer que se trato de casos aislados, pero son muchos los que hoy se animan declarar aduciendo haber vivido experiencias similares en las islas; y, no por casualidad, los obligaban a todos, sin excepción, a firmar una declaración de silencio respecto de lo sucedido en Malvinas. Lo cierto, es que ni el enemigo era capaz de tratar a nuestros soldados como lo hicieron cierto grupo de oficiales. Otro dato revelador, de la magnitud del inhumano trato recibido por nuestros soldados, nos lo brinda el número de suicidios de ex combatientes (al parecer, la cifra  supera los 400) que tuvieron lugar despues de la guerra; si bien, es dable reconocer que, pueden mediar otros factores en una decisión de esta naturaleza. 
Lo concreto es que, la manera en que muchos militares deshonraron al ejército (específicamente, en aquellos tiempos; es decir, durante el proceso dictatorial) no tiene parangón en la historia de nuestra nación.
Por eso es preciso conocer la verdad de lo sucedido, por eso bien vale mantener fresca la memoria, por eso es saludable que los actuales integrantes de las fuerzas armadas se interioricen de estos hechos, por eso es razonable que para reestablecer el daño causado sea la justicia quien intervenga.
Porque al fin de cuentas, el verdadero sentido de la historia consiste en enseñarnos, en mostrarnos lo acontecido para aprehender las experiencias pasadas y, de ese modo, evitar que en el futuro se reproduzcan aquellas que, como las que acabamos de describir, ocurrieron en nuestro país.

(1) y (2) Pagina 12   2/04/2012       

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