Es
verdaderamente llamativo contemplar como un candidato puede alcanzar la
presidencia de una nación sin tener que mencionar una sola propuesta política
concreta en todo el transcurso de su campaña. Es como si un sector importante
de los votantes hubiera decidido, consciente o inconscientemente, degradar, en
cierto modo, la significación de su voto para convertirlo en una expresión que
no requiere de fundamentación alguna. Como si se tratase, en los hechos, de una
cuestión “no demasiado relevante”. Sin advertir en profundidad que semejante
decisión no solo ha de configurar directamente la realidad futura del país;
sino que además, va a determinar, en el votante, sus propias condiciones de
existencia.
¿Será que el
ejercicio cotidiano del “rol de consumidor” ha calado tan hondo en las personas
que, aun en cuestiones que no se corresponden con el consumo, se sigue
adoptando la modalidad de “elegir” a la ligera -como en la góndola de un
supermercado- cual si se tratase de un producto u otro?
Sinceramente
me cuesta aceptar un comportamiento semejante; de lo contrario tendría que
admitir que el ejercicio de la ciudadanía no siempre es fruto de una
determinación racional. Es por demás factible que los sentimientos incidan, más
de lo que imaginamos, notoriamente en las decisiones políticas de los
ciudadanos (no por casualidad a nivel internacional, y en vísperas de
elecciones nos encontramos habitualmente o bien con “operaciones mediáticas o
bien con algún resonante operativo policial o militar, capaz de azuzar los
sentimientos de la ciudadanía y mediante ello modificar su voto); pero aun así,
cuesta sobremanera observar cómo, en nuestro país, un candidato (Mauricio
Macri) que ni siquiera balbucea el más mínimo programa político, pueda ser hoy
una alternativa presidenciable.
Es verdad
que para algunos no es necesario reparar en su ausencia de propuestas, pues,
conociendo sus antecedentes, y más aun los de quienes lo acompañan, ya se
infiere con suficiente grado de certeza las perniciosas políticas que
ejecutaría de acceder a la más alta magistratura. Sin embargo, el problema no
radica, precisamente, en quienes ya lo
conocen; sino en quienes desconociendo absolutamente su trayectoria, y la de
quienes conforman su equipo, le asignan el voto merced a su despolitizada
campaña donde, adquiriendo la figura de un predicador de “Buenas Ondas”, se
ofrece a la ciudadanía, nada menos que para gobernar el país .
Es patético
observar la oquedad de su discurso, basta ver sus spots televisivos para corroborar
que, a la manera de un “pastor electrónico”, nos habla de: “energía”, “de buena
fe”, “de crecer juntos”, de “la alegría”, de “mirarnos a los ojos”, etc., etc.
En síntesis, un rosario de “conceptos vacíos” cuyo único propósito responde al
simple hecho de ocultar sus intenciones.
Lo vimos
recientemente en el promocionado debate televisivo (Argentina debate) que, a
fuerza de ser honestos, lejos de brindar a los ojos de los televidentes un
cruce interesante de programas a desarrollar; consistió esencialmente en
repetir párrafos previamente preparados que no guardaban relación alguna con
las preguntas efectuadas.
No obstante,
el candidato del oficialismo (Daniel Scioli) esbozó unas pocas ideas
garantizando la continuidad de lo realizado por los gobiernos kirchneristas;
que por cierto, no es poca cosa, y mucho menos teniendo en cuenta la otra
alternativa.
En cambio,
el candidato de “Cambiemos” no solo se mostró incapaz de especificar propuesta
alguna, sino que en aras de descalificar al gobierno saliente apeló a una serie
de mentiras, arrojando cifras que solo caben en su imaginación, y acusando -vaya
paradoja- a los gobiernos “k” de mentirosos.
Es notable
observar el odio que profesa Macri hacia el kirchnerismo cuando le dan
oportunidad de explayarse; lo que contrasta con su llamado a la unidad de los
argentinos en su campaña publicitaria. Pues, si tenemos en cuenta que los
votantes del oficialismo rondan aproximadamente en el 40% de la población es
cuando menos poco comprensible su concepción de la “unidad”; excepto que la
proclamada “unidad” excluya definitivamente a ese porcentaje de ciudadanos. Eso
sí, de todos modos, la denominada “Grieta” (o línea divisoria entre los
argentinos) es, en apariencia, una construcción privativa del kirchnerismo y no
una consecuencia del exacerbado odio que manifestó la oposición a lo largo de
estos últimos años.
Lo concreto
es que “el pastor de la unidad”, perdón el candidato, Mauricio nos promete “la
alegría de caminar juntos”; claro que omitiendo decirnos hacia dónde vamos y por
qué deberíamos estar alegres.
Lo
problemático de esta situación es que esas especificaciones, que no se atreve a
realizar públicamente; sí las hace, en cambio, en los ámbitos cerrados -entiéndase:
Asociación Empresaria Argentina (AEA), Instituto para el desarrollo Empresarial
(IDEA), la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericana (FIEL), por
citar algunos foros del establishment- donde ya sin tapujos anuncia la catarata de
medidas neoliberales que ha de impulsar una vez producido su ingreso a la Casa
Rosada.
Sin embargo,
es menester reparar que en el mentado debate el candidato Mauricio Macri le
formuló una pregunta a Daniel Scioli que lo define de cuerpo entero. En ella
interrogó a su adversario si iba a ser capaz de solicitar la expulsión de
Venezuela del Mercosur.
En verdad,
esto es toda una definición no solo en materia de política internacional, sino
también en lo que hace a las políticas internas. Pues, pone de manifiesto la
intención macrista de retornar a la subordinación incondicional (recordemos
aquello de las “relaciones carnales”) que, el candidato de la alianza “Cambiemos”,
propone respecto de los Estados Unidos. Tan envalentonado esta que aspira a
convertirse en la cuña que posibilite la destrucción de los convenios
regionales (léase: Mercosur, Unasur) para retornar prestamente a los “remozados”
acuerdos de libre comercio como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación
Económica (TPP). Hecho que, inexorablemente, presupone la ejecución lisa y llana
de políticas libremercadistas y la desprotección más absoluta del mercado
interno.
Como vemos la
decisión que adopte la ciudadanía no solo ha de definir el futuro de los
argentinos; sino también el futuro de la región; de ahí que se requiera, más
que nunca, que el ciudadano intente, como mínimo, reflexionar para fundamentar
su voto.
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