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martes, 9 de febrero de 2016

La instalación de los miedos: un viejo recurso antipopular



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Tan solo han transcurrido sesenta días de un nuevo gobierno y el rostro de nuestra república ha comenzado a desfigurarse y  no solo en el aspecto institucional, hecho de por sí sumamente grave, sino en el plano en que se nos ocurra fijar nuestra visión.
Así por ejemplo, si nuestra mira se ciñe exclusivamente al terreno económico hemos de observar que el camino elegido por el gobierno de turno conduce inevitablemente a la destrucción masiva del empleo y al empobrecimiento paulatino de nuestra población. El “proceso”, como curiosamente lo denominó el actual jefe de gabinete, es secuencial, pues, se comenzó con los empleados de la administración pública y se continuó inmediatamente con los trabajadores de la actividad privada.
Claro que, paradójicamente, estamos en los inicios de la rimbombante propuesta conocida como “pobreza cero”, lo que no requiere de demasiada imaginación para formularnos una idea de cuál será el resultado de la misma al cabo de los próximos meses. Lo cierto es que ya son decenas de miles los desocupados en la argentina y las propias autoridades de gobierno están preanunciando la continuidad de esta política de despidos. Si a esto le añadimos la estrepitosa caída del salario que se viene produciendo, como consecuencia de las medidas impulsadas, es lógico colegir que aquellas empresas cuyos productos dependan de la demanda interna se verán en serios problemas de subsistencia. Claro que no faltaran productos, al fin y al cabo, estos van a ser sustituidos a través de las importaciones; lo que faltarán serán fábricas abiertas lo que al parecer es una buena señal para los economistas neoliberales ya que la ausencia de consumidores (por carecer de dinero) es un factor favorable para reducir el alza de precios.  
Ironías a parte, es fácil comprender que la política que se viene ejecutando tiene por objetivo central configurar un elevado número de desocupados que posibilite, por un lado, constituir lo que en otros tiempos se denominaba el “ejército de reserva” (mano de obra desocupada dispuesta a trabajar por salarios de hambre); y, por el otro, conminar a los trabajadores que conservan su fuente laboral a aceptar una reducción salarial a cambio de no verse obligado a alistarse, involuntariamente, en el mentado “ejercito”.
Bien lo acaba de manifestar el ministro de hacienda, Prat Gay, cuando en relación al tema sostuvo: “cada gremio sabe hasta qué punto puede arriesgar salarios a cambio de empleos”.
Se dirá, y no sin razón, que la ejecución de este modelo ya estaba diseñada desde hace muchísimo tiempo y no cabe dudas que eso es así; pues, basta recordar la ya olvidada frase del periodista estrella (Jorge Lanata) del grupo monopólico en materia comunicacional, cuando ya en el año 2014 nos decía: “si viniera un tipo que fuera verdaderamente un líder y le dice a la gente que va a ganar un 10 por ciento menos, la gente lo aceptaría”. Obviamente, el actual presidente está lejos de ser un líder; sin embargo, fue capaz de reducir los salarios mucho más allá del 10 por ciento y sin necesidad de esperar la aceptación de la gente.
Esta simple referencia, pone de manifiesto que quienes apoyaban la llegada de “los conservadores” al poder, en este caso “Cambiemos”, sabían de antemano lo que se vendría en la Argentina. Tal vez no se imaginaron que su llegada iba a darse en el marco de la democracia (no olvidemos los diversos intentos desestabilizadores que tuvo que sortear el gobierno de Cristina Fernández), no obstante, lo concreto es que el conservadurismo llego al poder y recién estamos padeciendo las primeras  consecuencias de su modelo de país.
Adam Smith, un liberal honesto y preocupado por los hombres de su tiempo, gustaba decir que en muchas tumbas debería figurar la inscripción “estaba bien, quise estar mejor; ahora estoy aquí”. Semejante expresión puede describir la situación en que se encuentran -y por desgracia, se encontraran- muchos de nuestros compatriotas que sin estar mal, optaron por lo peor. Tal vez los argentinos no fueron capaces de apreciar lo que tenían con anterioridad a los comicios nacionales; que seguramente no era lo ideal, pero no existen dudas que aun con sus falencias era lo mejor para la gran mayoría de la población.
Lo que se avecina ahora para nuestro país es, ni más ni menos, que “la sociedad del miedo”.
El miedo es una poderosa arma de dominación política y social, no por casualidad las grandes dictaduras se han valido del temor para alcanzar sus deleznables objetivos. Hoy, a escasos días de gobierno, hay sobrados indicios del retorno de los miedos. A saber: el miedo a perder el empleo, el miedo a transitar libremente por las calles (la exigencia de portar documentos nos retrotrae a viejas épocas represivas), el miedo a perder, como ya acontece, la cobertura de los medicamentos en el caso de los jubilados, el miedo a manifestarse en los espacios públicos, el miedo a ser observado en el Facebook ya que puede acarrear serias dificultades laborales que den motivo a ser objeto de persecución o despido. En fin, esta pluralidad de miedos seguirá en ascenso porque es la única posibilidad que el gobierno neoliberal tiene de consumar su propuesta.
Evidentemente los actuales funcionarios  no ignoran cuan efectivo resulta el miedo para mantener bajo control a toda una sociedad. Y, muy especialmente, para condicionar el accionar de la clase trabajadora.  No desconocen que “el miedo” además de paralizar, es decir suspendiendo los potenciales reclamos, suele romper con los lazos de solidaridad entre los trabajadores. Puesto que, una vez instalado, muchos en su afán de preservar el empleo, desisten de comprometerse –áerróneamente, por cierto- con los reclamos colectivos. No es casualidad que en las últimas movilizaciones en reclamo de la preservación de las fuentes laborales, el método aplicado para “disuadir” a los manifestantes, haya sido la brutal represión de esas pacíficas marchas.
Claro que instrumentar este tipo de medidas tiene un costo que no se circunscribe a los damnificados directos; de ahí que para ello sea necesario “persuadir” (obviamente con la colaboración insoslayable de las grandes corporaciones mediáticas) al resto de la sociedad que las medidas en cuestión tienen un fundamento “racional” y si no los tuvieren, como en la mayoría de los casos, por lo menos hay que revestirlos con cierta “apariencia de racionalidad”. No sea cosa que el resto de la población se sensibilice ante la desgracia ajena y comience a alzar su voz en defensa de los desamparados.
Así se pretende hacer creer que todos los despedidos son “ñoquis” o que el déficit del estado es inconmensurable o que las políticas aplicadas son consecuencia de la catastrófica “herencia recibida” y hasta que el inminente acuerdo con los “Buitres” es perjudicial por la postura adoptada por el gobierno de CFK durante su gestión. Sin duda este panorama es extremadamente perturbador para la convivencia social y notablemente perjudicial para la gran mayoría del pueblo argentino; pero al parecer el gobierno no se inmuta, por el contrario, se contenta con los desmesurados elogios provistos por el FMI que ya sabemos siempre pondera la ejecución de políticas antinacionales.

Perlitas de mi Cia.:  Los libros

Días pasados hurgando en mi biblioteca me topé con un libro impreso en el año 1971, su título “Los Ministros de Economía”, su autor el economista y periodista económico, Enrique Silverstein. Son esos libros que uno adquiere en esas librerías de textos usados pero que tienen un valor histórico porque desnudan en cierto modo los “mitos” de otras épocas. No obstante y por desgracia no han sido lo suficientemente difundidos, de lo contrario no hubiesen sido creíbles los discursos de la mayoría de los economistas neoliberales que sobrevinieron a posteriori de la impresión del libro. Lo concreto es que en su libro Silverstein va desmenuzando los discursos de los distintos ministros de economía que se sucedieron en distintos momentos históricos de nuestro país. Su estudio se desarrolla entre los años 1958 y 1970. Pues, en esos doce años tuvimos 15 ministros de economía, de los cuales 12 estaban enmarcados en el pensamiento neoliberal (recordemos que esta teoría económica tuvo lugar a partir de 1930, si bien su auge universal data de finales de los 70 y comienzos de los 80). Algunos de esos “notables” ministros son lo suficientemente conocidos para quienes gustan indagar en los pormenores de la historia. Entre ellos: Donato del Carril, Álvaro Alsogaray, Roberto Aleman, Coll Benegas, Jorge Wehbe, Federico Pinedo, Méndez Delfino, Alfredo Martínez de Hoz, Krieger Vasena, Dagnino Pastore, etc., etc. No es nuestra intención reproducir los discursos del siglo pasado pero sí vale la pena destacar los argumentos que utilizaban para justificar sus políticas, todas, sin solución de continuidad, destinadas a reducir la capacidad adquisitiva de la población y fomentar el endeudamiento externo de nuestro país.
Todos sin excepción aludían a “la pesada herencia recibida”, todos manifestaban que “sus esfuerzos estaban encaminados a reducir la inflación”, que “los males que aquejan al país radicaban esencialmente  en el déficit fiscal”, que “la inflación era resultado de la emisión monetaria”, que “la llegada de capitales iba a poner en marcha la actividad productiva del país”. En fin como uno puede apreciar, las mismas frases que en la actualidad repiten, indefectiblemente, los funcionarios de “Cambiemos”. Es obvio que ninguno de ellos mejoró las condiciones de vida de la población y mucho menos mejoraron los indicadores económicos del país que se vió sumido en el subdesarrollo; sin embargo, siguieron esparciendo su nefasta influencia sobre el quehacer económico argentino. Y en algunos casos, como el de Martínez de Hoz y Roberto Aleman volvieron a ocupar la cartera ministerial durante el mal llamado “Proceso de Reorganización Nacional” (eufemismo de dictadura)  y en otros, como es el caso del Ing. Álvaro Alsogaray, acompañó y asesoró toda la gestión menemista de la década del 90. Por cierto, estos economistas han dejado de existir; pero sus discípulos integrantes, en su momento, del equipo cavallista continúan esparciendo esas ideas cual si fuesen saludables, ya sea en el ejercicio de sus funciones o en los medios de comunicación. La experiencia los refuta categóricamente; sin embargo, ellos no se inmutan ante las cámaras. Por eso resulta verdaderamente sorprendente observar cómo, a pesar del transcurso del tiempo, el pensamiento conservador sigue apelando a los mismos argumentos para justificar la instrumentación de políticas antipopulares. El problema no es su falta de creatividad, sino la injustificable tendencia a creerles por parte de un determinado sector de la población.
Lo cierto es que la política conservadora siempre nos demanda sacrificios para alcanzar en un futuro, un presunto bienestar que, en los hechos, no solo nunca llega; sino que empeora día tras día.

Lo real, es que durante la campaña electoral fueron, con la ayuda mediática, aceptables “vendedores de humo” en lo inmediato; ahora ya instalados en el gobierno son auténticos “vendedores de Humo” a largo plazo. Claro que en esta ocasión deberíamos recordar la ilustrativa frase de John Maynard Keynes “A largo plazo, estamos todos muertos”

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